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Del drama a la acción: una reforestación responsable tras los incendios

reforestación responsable tras los incendios

Más de 350.000 hectáreas quemadas han colocado a 2025 como el peor año de la historia de España en materia de incendios forestales, superando al año 2022, que contaba con los registros más elevados hasta la fecha. La cercanía entre las fechas no es casualidad, sino más bien una de las muchas consecuencias de la situación medioambiental que vivimos.

El drama no queda ahí: además de ser un resultado del cambio climático por la combinación de sequías, de una mayor superficie de combustible seco en los montes, de la aparición de vientos más intensos y de las altas temperaturas, las hectáreas arrasadas también forman parte de la causa. Y es que la degradación o desaparición de los bosques nos resta, a su vez, capacidad para contener y revertir estas circunstancias.

En definitiva, los bosques devastados por los incendios nos han privado de múltiples herramientas para combatir el cambio climático. No en vano, toda la vegetación quemada a lo largo de 2025 contribuía enormemente en la generación de oxígeno y la reducción de gases de efecto invernadero mediante la captura de CO2 a través de la fotosíntesis.

Más allá de las cuestiones medioambientales inherentes a la masa forestal, la preservación de estos espacios está relacionada con la biorregulación de los ecosistemas, con la cantidad y la calidad del agua por medio de la evapotranspiración a través de las hojas y de su filtración por parte de las raíces, con el acceso a espacios naturales e, incluso, con nuestra salud.

Todos estos servicios ecosistémicos se completan con la protección del suelo ante los agentes erosivos, nuevamente a través de la raíz, y de la obtención de recursos como, entre otros, madera, corcho o biomasa, una fuente de energía renovable que confirma la aportación de las masas forestales a la lucha contra el cambio climático.

La reforestación, única vía posible tras los incendios

Esta tragedia ha puesto sobre la mesa el debate en torno al antes y el durante los incendios. La indiscutible evidencia de que la prevención y la extinción demandan más recursos para incrementar su efectividad: que se inicien menos fuegos y que, cuando suceden, se reduzca considerablemente el número de hectáreas arrasadas gracias a una intervención rápida y eficiente.

Pero, ¿qué reacción exige este escenario una vez ha irrumpido? ¿Cómo se debe actuar para reparar el daño y recuperar estos espacios lo antes posible? La respuesta es sencilla y se encuentra en la reforestación, aunque su puesta en práctica resulte mucho más compleja que el hecho de verbalizarla. En cualquier caso, se requiere un plan de acción para el después de los incendios.

Ahora bien, la vía de la reforestación no es inmediata -de hecho no existen soluciones inmediatas-. En la naturaleza no hay trampa ni cartón y este proceso, que depende de múltiples factores, principalmente del estado del suelo, debe esperar un mínimo de un año antes de arrancar. Tiempo más que suficiente para planificar una actuación responsable y consecuente a estos efectos.

Para entender la complejidad de reforestar un espacio natural arrasado por las llamas y la importancia de planificar el proceso, basta con analizar los numerosos factores implicados en su éxito: los plazos a seguir, el estado del suelo, el tipo de árboles adecuados en cada zona o la preservación de los mismos una vez se han plantado.

Precisamente, esta última cuestión es uno de los elementos que más quebraderos de cabeza supone a la hora de reforestar un bosque. Garantizar la supervivencia y el desarrollo de los árboles no es fácil porque contrasta con las necesidades de otras especies, concretamente de los herbívoros. Aunque hablamos sobre todo de conejos, son muchos los animales que recurren a los plantones en busca de alimento y otras provisiones.

La protección de los árboles, una oportunidad de mejora

Y es aquí donde aparece una nueva oportunidad de mejora: la protección de los plantones para asegurar que lleguen a convertirse en árboles que en un futuro aporten sus servicios ecosistémicos es imprescindible. La contradicción viene cuando los sistemas empleados tradicionalmente para separar el árbol de las fauces de los herbívoros son, a todas luces, insostenibles.

Hablamos de protectores de plástico que hasta hace unos años eran tan esenciales como contraproducentes. Con el tiempo, este elemento de un solo uso se convierte en un residuo no biodegradable y altamente contaminante; durante el proceso de reforestación, acumula humedades en la base de los plantones y eleva su temperatura, causando la aparición de hongos o, directamente, la desaparición del árbol.

Pedro Fluxá, experto en protectores para árboles desde que encontró esta contradicción en el ámbito de la agricultura, tiene claro el remedio al problema de los protectores de plástico: la madera. Esta solución, que él mismo define como “antifrío, anticalor y antihumedad”, ofrece las mismas prestaciones que sus homólogos procedentes del petróleo, pero con más solvencia y, sobre todo, de manera más sostenible.La denominación escogida para este tipo de protectores no puede ser más elocuente: Cuidatree es un producto reciclable, biodegradable y compostable que nos devuelve al inicio de este artículo: la lucha contra el cambio climático desde todas las perspectivas posibles. La reforestación de nuestros bosques quemados es imprescindible, pero hacerlo de forma eficiente y sostenible supone un paso más a la hora de frenar la principal causa de los incendios.